El picador nocturno es escurridizo, listo y silencioso, si, silencioso, antes había succionadores que emitían un zumbido que te permitía defenderte de sus ataques, pero algunos han evolucionado y se escudan en la nocturnidad y el silencio.
¿Qué hacen los picadores nocturnos durante el día? Pues se repliegan a sus cuarteles para disfrutan del banquete que durante la noche han preparado. Digieren nuestra sangre y se relamen con ella. ¿Por qué no dan la cara? Son unos cobardes que se regocijan viendo como rascamos desesperadamente la roncha que han dejado en nuestros cuerpos.
Tengo un brazo que dobla en tamaño a su homólogo, ¿Porqué? Porque un picador nocturno lleva dos noches acercándose sigilosamente a mi antebrazo y recorriendo esas vías fluviales llenas de exquisita sangre, clavando en ellas su estilete y vaciándome las venas, a cambio me deja unas ronchas del tamaño y grosor de donuts incrustados bajo la piel.
Aerosoles, si aerosoles contra toda tipo de bichos voladores, reptantes o caminantes, me gasto la pensión en comprar todo tipo de aerosoles, pero no consigo dar con su guarida y por la noche reaparecen como almas en pena espiritrompa en ristre dispuestos otra vez más a alimentarse de mi queridísima sangre arterial.
Sumado a todo esto tienen la asquerosa costumbre de chuparte en lugares inaccesibles al rascado por lo que la tortura se multiplica exponencialmente.
Me los imagino sentados en sus covachas frotándose las patas y riéndose de mis esfuerzos por acceder a esa roncha en mitad de la espalda a la que no llego y si llego duele tanto que no puedo clavar mis uñas en ella.
¡Los odio! Mi instinto asesino (normalmente bajo capas y capas de pacifismo activo) se despierta cada mañana con cada roncha nueva o con las costras de las ronchas anteriores. No sé que me inoculan pero al arrancar una costra fluye un líquido amarillento que no deja de manar hasta que se forma una costra nueva.
Puedo trazar un camino de una costra o de una roncha a otra, en mi imaginación los veo caminando por mi piel, enrollando y desenrollando su asquerosa trompa chupadora y analizando cual ingeniero de caminos canales y puertos cuál será el próximo punto de extracción.
Ese refrán que dice “de todo hay en la viña del señor” debería tener un añadido que dijera “y del diablo” porque seguro que vienen de los infiernos para atormentarnos y recordarnos nuestra fragilidad frente a bichejos invisibles para nuestros cinco sentidos.
Si alguien sabe cómo acabar con mis enemigos los picadores nocturnos por favor que me lo diga, ahora perdonadme pero tengo que rascarme.