UNA PROFESIÓN EXTINGUIDA


Existió una vez un pueblo que se llamaba Cotilla. Vivía en él gente de todas condiciones, altos, bajos, rubios, tostados, buenos y malos.
Todos tenían la misma profesión Correveidile, pero no había competencia pues eran muchos los mensajes que se cruzaban de un pueblo a otro.
Cuando algún pueblo cercano sufría un conflicto vecinal, acudían a los cotillas y ellos se encargaban de ir de aquí para allá transmitiendo mensajes.
Incluso se les requería en disputas matrimoniales cuando los cónyuges ya no compartían la casa marital a fin de que ambos estuvieran al tanto de las propuestas de su antagonista.
Normalmente cumplían con su deber de forma magistral es decir contaban exactamente y palabra por palabra lo que les decían sus clientes, ¿que un marido quería comunicar a su esposa que estaba harto de tener la suegra en casa?, pues la cosa transcurría más o menos así:
-Y dile a la vacaburra de mi mujer que el día menos pensado me voy a hacer un abrigo con el pellejo de la bruja de su madre, ¡Anda ve y díselo!
El cotilla salía disparado y le transmitía a la esposa palabra por palabra lo que el marido había dicho, incluyendo comas y acentos.
Suponiendo que la esposa tuviera algo que decir así lo hacía usando al cotilla como correa de transmisión
-Pues dile al pichacorta que como se acerque por aquí me haré unos cascabeles con sus cataplines ¡habrase visto el zumbao de mierda éste!
Y allí que se iba el cotilla a dar respuesta.
Pero poco a poco las cosas fueron cambiando. La gente se marchaba a las ciudades, los pueblos cada vez tenían menos habitantes y por ende menos trabajo para los correveidiles.
Se reunieron los cotillas para ver de atajar el problema y después de horas de discusiones decidieron que a partir de esa fecha los rumores entraban a formar parte de sus tareas comunicativas.
Eligieron a los más rápidos de entre ellos y los mandaron en las cuatro direcciones a buscar rumores que llevarse a los oídos.
Y así se estabilizaron los puestos de trabajo ganados con la cera de sus orejas.
Pero pasó más tiempo y la gente seguía emigrando a las ciudades y vaciando los pueblos de mensajes, noticias y rumores. Otra vez se hizo patente la necesidad de añadir productos a su lista de servicios por lo que se dictaminó que a partir de ese momento si no existían rumores había que crearlos y añadir de cosecha propia todo aquello que los hiciera jugosos alargando así la vida de la falsa noticia y con ello la participación de los cotillas como correveidiles oficiales.
Y así fue como la noble profesión de cotilla se convirtió en una más prosaica: el chafardeo.
De ahí proviene  el resto de profesiones del estilo como chismorreo, rumorología, chusmeo, metomentodo, cuchicheador, murmurador, bulo, runrún, habladuría, etc. etc.  
Se dice incluso que hay cotillas que no han podido soportar los cambios producidos en su profesión y a veces van y vienen inventando patrañas con la excusa que es por el bien común.
Pero ya no es una profesión, se ha convertido en un oprobio ser correveidile como lo fueron los cotillas en su tiempo a causa de la equivocada decisión de inventarse historias donde no las había.
¡Qué triste!