PANTACORTO Y TIRAMILLAS

Estos eran dos amigos que se dedicaban a rondar por el mundo aprendiendo y absorbiendo todo aquello que veían.

Lo que más les gustaba era ir de escaparates. Se colgaban una mochila a la espalda y serpenteaban entre la gente hasta los más grandes y lujosos escaparates del mundo.

Tenían cierta discrepancia con respecto al tema, ya que uno les llamaba escaparates y el otro aparadores, pero aparte de eso estaban de acuerdo en todo.

Cuando llegaban frente a los escapadores (así acordaron llamarlos) se sentaban enfrente, extendían un mantelito a cuadros rojos y blancos y merendaban mientras contemplaban lo que se exhibía.

Los que más les gustaban eran aquellos en que se representaba la vida real. Unos espléndidos maniquíes representaban a la perfección familias ideales. Sus movimientos eran un tanto mecánicos pero a ellos dos no les importaba, obviaban estos pequeños inconvenientes y contemplaban embobados como se desarrollaban las escenas en los escapadores.

En uno de los escapadores por ejemplo había una familia compuesta por un padre guapo, rubio, alto y deportista, una madre morena, delgadísima que siempre se sorbía los carrillos y varios chavales todos guapos y perfectos. El padre golpeaba repetidamente una pelota de fútbol, se afeitaba con una maquinilla último modelo y se bajaba los pantalones para enseñar unos calzones de lo más chic.

Los niños llevaban unos cartoncillos rectangulares encima de los ojos, cosa que ni Pantacorto ni Tiramillas comprendían la finalidad que tenían, pero como no era criticones se encogían de hombros y seguían contemplando el espectáculo.
La mamá chupacarrillos, sólo paseaba y se cambiaba de ropa constantemente, poniendo una mano en la cadera y una pierna más adelantada que otra, daba media vuelta y otra vez lo mismo con otra ropa.

En otro escapador había otra familia. Esta era difícil de entender para nuestros aventureros. Eran 2 papas, 2 mamás, 2 niñas y un niño, alrededor de ellos entraban y salían constantemente una señora mayor que parecía una abuela, un abuelo cojuelo con una muchachita colgada del brazo, y varios chicos y chicas.

La acción era repetitiva la verdad,  pero mientras merendaban se distraían con la actividad de esa extraña familia. Uno de los papás tenía tomada de la mano a una de las niñas (la mayor) y tiraba de ella, mientras que una de las mamás (con una nariz muy rara y unas ojeras que daban miedo) tiraba hacia el otro lado, los otros papas y mamas solo miraban y de vez en cuando animaban a los tiradores.

Este escapador tenía sonido y todo. El papa mientras tiraba de la niña cantaba “Toa, toa, toa, te nececito toa”, y la mama gritaba a pleno altavoz “que te comas el pollo” y también “por mi hija MATO, M A T O”.

Todo esto no tenía sentido para nuestros merendadores, ni tampoco les importaba, simplemente les divertía, sólo de vez en cuando concluían que era una suerte que todo esto fuera solo un teatrillo y los personajes maniquíes sin alma ni nada, porque pensaban que sería muy, pero muy triste si alguna de éstas cosas fuera real.